Desde ayer por la tarde, llevo viviendo las peores horas, minutos, segundos… de mi vida. Nunca pude imaginar que la tristeza llegara hasta estos límites, que se pudiera sufrir tanto por algo tan insignificante y rápido como la muerte. Sí, ayer 16 de enero de 2008 sobre las ocho de la mañana, murió mi abuela marterna Avelina. El aviso no me llegó hasta las dos y media de la tarde, cuando mi madre llorando me llamó para comunicármelo. El mundo se me cayó encima. El sábado anterior la encontré como siempre, y ahora ya no estaba.
Mi abuela, para mí, era como una madre más. Era una persona a la que nunca la veías triste o enfadada. Si alguien entristecía, ella lo arreglaba con unas de sus sonrisas y palabras para que recuperaras el ánimo. Por ello, todo el mundo la quería, y eso se ha visto en el tanatorio, en la iglesia y en el cementerio. Era de más de buena, con un corazón enorme. De hecho, no he conocido aún a nadie que tuviera alguna crítica sobre ella, o alguien con quien estuviera enfadada. Sinceramente, creo que no existen.
Una persona joven de 73 años (cumplía 74 en cinco días, pero no llegó) que nunca había caído enferma, pero que la mala suerte la llegó el día que su sangre se reveló contra ella. Tras una hemorragia cerebral, algunos infartos cerebrales, múltiples trombosis cerebrales y no más que varios ataques epilépticos, seguía resistiendo, peleando por vivir. Era de esperar su final, pero nunca te preparas para ello.
Ahora ya no la tengo a mi lado. Ninguno de la familia la tenemos, y la echamos muchísimo de menos. Sólo esperamos que descanse en paz, que ya se acabó ese sufrimiento de ir viendo cómo pasa el tiempo, sin esperanzas de recuperación, esperando la temida muerte. Siempre sabrá que entre su nieto y ella ha habido un vínculo especial que nunca se podrá olvidar, que siempre que quiera tendrá disponible un abrazo y un beso lleno de mimos.
Siempre estarás en mi corazón. Nunca olvidaré los buenos momentos vividos. Ahora descansa en paz y disfruta de la vida eterna (en el caso de que existiese).