Ya finalmente nos queda el regreso a España. Se preveía tranquilo y calmado, y en parte lo fue, pero no del todo. Tras levantarnos el domingo y recoger toda la habitación de Rubén, que ya andaba en un proceso de conquista bastante avanzado, partimos hacia un bar que era la estación de autobuses para regresar al aeropuerto de Milán de nuevo. Un viaje bastante tranquilo, aunque nuestras caras señalaban haber pasado una gran-corta fiesta la noche anterior.
Ya en Milano-Malpensa, comimos un poquillo y facturamos con cierta tranquilidad. Pasamos el control con una revisión más exhaustiva que en Madrid, donde perdimos mis más vitales caducados y la mascarilla de cinco euros de Naza, pobre. Como teníamos tiempo nos quedamos sentados esperando a que llegara la hora de embarque. Menos mal que media hora antes se nos ocurrió ir para la puerta de embarque, porque la cola que se preparó era de cine. Nos volvió a entrar el miedo en el cuerpo: ¿toda esta cola para montar en el avión? ¿y vamos a caber todos en el jet privado ese que ofrece easyJet? Menos mal que nuestros ángeles de la guarda nos ayudaron y sí pudimos entrar en el avión. El viaje de vuelta muy tranquilo, sin ningún sobresalto y sin apenas turbulencias.
Ya llegamos a Madrid, sanos y salvos. Recogimos a Maleto, que no llegó tan sano y salvo, el pobre sufrió un ataque «rojo» en un costado… Bien, ahora ya concienciados en regresar a Valladolid en coche y con tiempo para poder llegar a ver Aída, nos dirigimos hacia el parking a pagar la ruina de estancia (62,65 euros los muy ca…). Nos montamos en el coche y… ¡sorpresa! el coche no arranca. Quince años arrancando a la primera y en el momento menos oportuno coge y nos deja tirados. Puta batería, va y se agota ahora, dale que dale a la llave y que eso no rulaba. Ale, a llamar a casa para informar de la situación. Mi padre chillando por detrás nervioso, mi madre calmándole y mis tíos dándonos instrucciones para solucionar el problema. Total, que nos juntamos con el servicio de arranque del parking y el servicio de asistencia en viaje del seguro en un momento. Gracias a ellos pudimos arrancar y salir viaje a Valladolid. Sólo fue la batería, aunque el coche sigue ahí en la calle tirado (el aparcamiento está en la foto, pero no se distingue el coche).
Y como tiñosos que nos volvimos (lógico, nuestro presupuesto ya estaba totalmente disparado) sólo se nos ocurrió meternos por el desvío del peaje de la autopista AP-6. Y digo esto porque la ola de frío ya estaba aquí y la carretera, a la par que oscura estaba helada. Con cuidado y buena letra conseguimos volver a reengancharnos a la autopista (todo esto con el carnet de conducir en el apartamento), perdiendo mogollón de tiempo. Pagamos los 2,65 euros del peaje y regresamos tranquilos a Valladolid.
Y aquí acaba nuestro gran viaje. Espero que os haya gustado la historia… y menos mal que no la habéis vivido, porque mis nervios acabaron curtidos, junto con los de Naza. Eso sí, a viaje entretenido no nos ganó nadie, ¿verdad? Para la próxima, yo creo que en vez de ir a Madrid, cogeremos el avión en Villanubla para evitarnos de grandes problemas. ¡Hasta la próxima Rubén! que aún tenemos pendiente una gran noche erasmuriana por Turín, ya que suspendimos la primera, jeje.