Como comenté anteriormente, el jueves 13 de diciembre de 2007 nos disponíamos a salir de los apartamentos sobre las 8:45 horas para coger el autobús urbano hacia la estación de autobuses de Valladolid, ya que allí a las 9:30 horas partía el autobús de Alsa hacia Madrid. Pero nuestros planes empezaron a ir mal cuando la salida del urbano fue a las 9:00 horas (el anterior marchó muy pronto, tanto que ni le vimos pasar) e íbamos con el tiempo ajustado, ya que tarda unos 40 minutos en llegar. Y así sucedió, después de parar en plaza España y salir corriendo para la estación de autobuses, vimos partir el Alsa en la puerta de la estación hacia Madrid. Llamamos en la ventanilla cuando se encontraba en la carretera parado, pero nos ignoró. Tuvimos alguna esperanza en que ése no era nuestro autobús, que había otro esperándonos, pero no. Nuestra cara de tontos fue impresionante, diciendo «¿y ahora que hacemos?» constantemente. Menos mal que Elisa no nos acompañaba (la pobre tuvo que trabajar, como se puede ver en la foto del regalo sorpresa a Rubén, que era una taza dedicada con una jirafa de peluche), que sino nos había matado, si no había muerto de un infarto allí.
La primera solución: llamar a mi madre para explicarla lo ocurrido (siempre te quedas más tranquilo con las soluciones que dan las mamás) y después de alucinar un rato y llamarnos tontos e irresponsables (con toda la razón del mundo), decidimos ir en coche, ya que con el siguiente autobús o tren no llegábamos ni de coña. Así que de vuelta a los apartamentos en taxi para coger mi coche, el pobre lleno de mierda (putas obras) y sin gasolina. Después de recargar fuerzas (unos 50 euros), y tras las indicaciones del taxista, cogimos dirección Barajas (Madrid) sin haber ido nunca, enfrentándonos a los nuevos retos.
Durante el viaje, habiendo dormido 3 horas y con un café de los que me hacen estar despierto 24 horas, me di cuenta que me dejé el carnet de conducir en el apartamento, y por supuesto no íbamos a volver a por él, ya que sino nos iba a costar aún más caro el viaje que la multa por ir sin carnet. Por el camino nos encontramos con el pequeño detalle de ¿peaje? ¿qué hacemos? ¿le cogemos o no? y decidimos por cogerlo (más gasto de 8,56 euros). Otro pequeño detalle era ¿M-30 o M-40? ¿dónde pone Barajas que no lo veo? pero recordamos las palabras del taxista «…cogiendo la M-40…» y allá fuimos.
Finalmente todo muy bien, llegamos a la Terminal 1 a tiempo, aunque con el tiempo pelado, ya que Naza se bajó a facturar mientras yo aparcaba, pero no servía ya que con easyJet has de recoger los billetes en persona. A cuatro minutos del cierre de facturación, tras encontrarnos y correr hacia el puesto, llegamos y conseguimos los billetes de ida. ¡Reto conseguido, nos vamos para Italia! Eso sí, muertos de hambre y más nerviosos que una ardilla (¿verdad Naza? ¿qué tal le fue a tu culillo? Mírala en la foto viendo una película, jeje).
Ya relajados tras el gran viaje en avión, bajamos en Milano-Malpensa. Nos las vimos jodidos para coger el billete a Milano-Centrale, porque de italiano na de na, pero ahí estábamos zampándonos esos pedazo bocadillos de Naza (pollo, lechuga, champiñones y más en pan de molde) esperando al autobús. Tras una hora de viaje, llegamos a la estación central de Milán a esperar a Rubén. Maleto sufrió un ataque de secuestro, pero no pudieron, a la vez que nos hablaban en italiano sin entenderles en nada, jeje. El reencuentro con Rubén fue como de película, después de tres meses sin vernos, uno por un lado y el otro por el otro de la estación, qué emocionante.
Estuvimos de visita por el centro de Milán, con una temperatura ideal, y viendo la decoración de navidad tan bonita que había por allí (en la foto se puede apreciar, los dos acompañantes junto al duomo de Milán). Se parecía a París. Sobre las 22:00 horas teníamos que coger el tren hacia Turín de dos horas (para dormir bajo un techo calentito) y así fue. No esperábamos más sobresaltos, pero no podía ser así, nosotros somos especiales. Durante el viaje, paramos en una estación por ahí perdida sin motivo alguno. A esto que viene el revisor y nos dice que un hombre se ha intentado suicidar y que la Policía Ferroviaria le está buscando, y hasta que no le encuentren no pueden continuar. Todos pensamos «menos mal que no se han puesto en huelga», porque por allí parece muy común. Después de estar más de media hora parados, parece que le encontraron y volvimos a reanudar el viaje. Luego hubo otras dos paradas, una en medio de la nada y otra en mitad de un túnel (en un recorrido de la penúltima a la última estación que no habíamos pagado, eso sí), que no supimos el porqué, pero bueno. En la última acojonados pensando que nos iban a dejar allí tirados, pero no.
Llegamos a Turín con una hora de retraso, pero llegamos. Ahora faltaba el camino hasta la pedazo de casa de Rubén ¡qué grande! Excepto un borracho que odiaba Italia, que era de Marruecos y Francia a la vez y le gustaba España, que nos interrumpió, nada más. Sólo un poco de frío al estar media hora andando a las 2 de la mañana. En el camino conocimos a su amigo Carlos, muy simpático, y ya en su casa conocimos a dos compañeras de piso, muy guapas y muy majas, Rosa y Mavi.
Hasta aquí todo el camino de ida, pero no dejen de leer, porque queda aún más historia.